21.5.15

Nadie me verá llorar - Cristina Rivera Garza

Aquí estoy de nuevo, para una entrega más del tag de 'Recomendaciones'. Esta vez nos acompaña Nadie me verá llorar, de la autora tamaulipeca Cristina Rivera Garza. Allá vamos:

Ya llevaba algunos meses queriendo leer algo de esta escritora, pues la conocí gracias al programa de Once TV: Palabra de autor. Y es que con tan solo ser testigo de su pasión por los libros, por la palabra escrita, pensé que debería escribir maravillosamente... y lo cierto es que no me equivoqué.

Nadie me verá llorar (TusQuets; México, 1999), es un viaje al pasado, y narra, de entre otras historias, la de Matilda Burgos y Joaquín Buitrago: la primera, una mujer internada en el centro psiquiátrico La Castañeda y que cuenta con un apreciable pasado en el mundo del activismo del México revolucionario y la prostitución en afamados burdeles; en tanto que, el segundo, Joaquín, es un fotográfo morfinómano que al hallarse en un abismo, solo se encuentra a sí mismo cuando fotografía la muerte y la perdición. Así, desde un inicio, Joaquín será quien se encargue de ir desmenuzando todas las historias que conforman esta gran historia. 

Con una prosa exquisita, la segunda novela publicada de Rivera Garza, es hermosa en su sensibilidad narrativa: hace que te formules las mismas preguntas que plantea y que te respondas al filo de la lectura... Y tiene tanto de ese realismo paralizador como de nostálgica ficción. 

Cristina Rivera Garza, finalmente, hace gala de una pluma que reclama apaciguar un dolor monumental: el corazón roto por la pérdida.

Fragmento:
Santos Trujillo admitió desde un principio su osadía y su talento. La primera tarde que se reunieron aprobó su elección de vestuario y también la extraña pero sugerente danza que habían elegido representar. Lo que tendrían que cambiar desde un inicio, sin embargo, era el título.
—El nombre de Enfermedad además de mórbido, no atraería la atención de nadie, Ligia. ¿por qué no lo cambian por el de Las Ninfas o el de Las Odaliscas —ante cada sugerencia, «la Diamantina» se introducía el dedo índice en la boca abierta, indicando que le producía asco.
—Pero Ligia, ese tipo de nombres siempre pone calientes a los hombres —les dijo, tratando de convencerlas.
—¿Y quién te dijo que esto lo hacemos para los hombres, Santos? Si quieren venir, que vengan, y que se vengan también de paso, pero todo esto es para las muchachas, ¿entiendes?

¿Dónde puedo encontrarlo?

Y ustedes, ¿qué fue lo último que leyeron?

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